Bueno, os dejo esta entrada con otro Scene20, que me he leído antes un comentario de Chan y me han entrado ganas de escribir. Hoy no tengo mucho que decir de esto, porque básicamente me ha salido solo y el resto de las cosas ya las subiré. Espero que os guste :3
15. Manos
–Hey, ¡Allen! –dijo Joaquim mientras salía con la
toalla en la mano de la sala de entrenamiento–. ¿Te apuntas esta tarde a la
juerga? Vincent se larga durante bastante tiempo y hemos pensado celebrarlo. No
que se va, tú ya me entiendes, sino que tiene trabajo y eso. ¿Qué me dices? ¿Te
apuntas?
Allen se dio la vuelta meditando lo que contestarle.
Like I care. Pero contestó otra cosa.
–¡Claro, tío! ¿Qué juerga podría montarse si no está
el menda presente? –dijo pavoneándose con una sonrisa jocosa en la cara.
Joaquim, un tío de unos dos metros que estaba
cuadrado de espaldas, además de llevar el pelo rapado y dar miedo allá por
donde pasara, soltó una carcajada y le dio una palmada en la espalda que Allen
aguantó estoicamente, pagándole con otra igual de fuerte.
–Por supuesto, ¿qué sería de nuestras juergas de
empresa sin el joven Allen Stahl? No somos lo bastante interesantes por
nosotros mismos, ¡pobres de nosotros!
–Ya ves –Allen hizo como que se limpiaba las uñas en
el chándal negro que usaba para entrenar antes de reír.
–Pues entonces nos vemos en la entrada a las 10,
¿estamos? –Joaquim se dio la vuelta y se dirigió pasillo abajo hacia las duchas.
Allen se quedó allí, con una sonrisa en la cara
enmascarando sus verdaderos pensamientos. No le apetecía nada ir a la tal
fiesta. Las chicas de la empresa eran todas unas sosas y todas las
aprovechables ya las había catado. No, lo que necesitaba en aquél momento eran
nuevos horizontes. Tal vez si los chicos no habían decidido ya a dónde ir para
la fiesta él podría meter baza con una sonrisa
y recomendarles esa nueva discoteca que habían abierto por la zona de la
estación de Ostbahnhof, cerca del Panorama Bar. De hecho, si llamaba antes a Eggert
no tendrían ni que esperar cola. Se apoyó en la parte baja de la cristalería
que daba luz al pasillo y marcó el número del barman, al que había conocido un
par de noches atrás. Era un tío enrollado y seguro que con lo corto que era no
le importaba colarles cuando les viera llegar. Luego se lo podía pagar en
carnes.
–Así que al final vas a ir, ¿eh? –sonó una voz desde
la puerta de la sala de entrenamiento mientras Allen colgaba el móvil.
No tuvo ni que levantar la cabeza para reconocer a
su hermano. Esa voz, susurrante y seductora, con ese toque sarcástico, sólo podía
pertenecerle a él. Y efectivamente, Luce estaba apoyado en la puerta con el chándal
un poco abierto, provocando como de costumbre, porque ya a esas alturas, era en
eso en lo que se había convertido. Ni siquiera necesitaba pensarlo, sus
movimientos eran automáticos. Pelo recogido pero revuelto con estilo, cada mechón
cayendo por un lado diferente, pies cruzados con soltura, como si apenas tocara
el suelo con ellos, y manos apoyadas indolentemente en el cinturón de su
katana, como si no fuera la cosa con ellas. Allen cerró el móvil y se lo metió
en el bolsillo, alzando la cabeza con una mueca altiva.
–Por supuesto, Luce. No hay juerga en la que yo esté que no sea un éxito. ¿Crees que a Vincent le gustará el detalle de entrar
en el Slash sin colas y en lista?
–Estoy seguro –dijo su hermano. Sabía que no lo había
hecho por Vincent–. Joaquim cada vez está más cuadrado, ¿eh? Me alegro de no haberme
precipitado en llevármelo a la cama, porque creo que esta es la mejor noche
para ello. Y ese rapado que se ha hecho… ¿No te ha descoyuntado del golpe?
–A mí nadie me descoyunta –respondió burlón.
Luce se rió pero estaba claro que estaba de acuerdo
con él. A Allen nadie le descoyuntaba, ni le daba un golpe más fuerte del
necesario, porque lo que podían llevarse a cambio era el doble de lo que habían
dado, acompañado de una sonrisa de cachondeo bastante auténtica. Luce se estiró
donde estaba, sus manos de largos dedos estirándose con él, y se colocó bien la
espada antes de salir del todo de la sala de entrenamiento.
–Pues si voy a ir será mejor que me prepare, y tú
también. ¿O vas a ir tal cual, cubierto de sudor de arriba a abajo?
Allen sonrió mientras miraba cómo Luce jugueteaba
con la correa de la katana. Su hermano no parecía haberse dado cuenta de ese
tic, pero siempre que pensaba en lo que no debía sus manos se dirigían al mismo
sitio y empezaban a retorcer entre los dedos la cuerda de color negro, a juego
con sus uñas.
–Fuera como fuera, estoy seguro de que nadie se
quejaría. A mí me queda todo bien, incluso un chándal chorreando sudor.
Las manos de Luce se quedaron quietas con la correa
entre sus dedos y apretaron con fuerza mientras él esbozaba una sonrisa
socarrona.
–Seguro que todos te seguirían alabando aunque estuvieras cubierto de mierda.
–Muy probablemente.
Ambos compartieron una mirada cómplice antes de
echarse a reír. La risa de Luce era suave, acariciante, y al mismo tiempo
grave, desgarradora. La de Allen había adquirido un matiz de desprecio que
antes no tenía y que se cuidaba muy mucho de no mostrar a quien no le
interesaba. Siempre convenía que la gente te creyese más buena persona de lo
que eras en realidad.
–Aunque supongo que debería ir a ducharme. Por
mantener mi reputación de hombre limpio, digo. ¿No crees?
–¿Tienes esa reputación? –le picó Luce.
–Yo diría que sí. ¿Vienes? Aunque también puedes
quedarte tal cual –le respondió Allen.
Luce se encogió de hombros.
–Un poco de agua nunca viene mal.
Allen rió.
–Por supuesto.
Echaron a andar en dirección a las duchas, que
estaban en el pasillo en perpendicular, cerca de los casilleros, y Allen
mantuvo sus ojos fijos al frente. Sabía que en esos momentos Luce estaría
estrangulando sus dedos con la cuerda de la katana, no tenía ni que mirar sus
manos. Se las conocía al dedillo, como si fueran propias. Nunca las perdía de
vista.